Soñando con despertar de la pesadilla

26/04/2016 @Mariluzsanchez

El Real Zaragoza consiguió la victoria frente al Alcorcón. Tercer partido consecutivo ganado y ya está a tan sólo tres puntos del ascenso directo a falta de siete partidos para el final.

Con el viento a favor de los resultados de los rivales, la Romareda se vistió ayer de gala para recibir al equipo, al once depositario de todas las esperanzas del zaragocismo. Y de eso van a tratar las próximas siete jornadas, de esperanza y fe.
 
El mejor sustento para estos actos de credulidad es tener la seguridad, la red bajo los pies, del buen trabajo y el oficio, de ello hizo gala el Real Zaragoza frente a un rival directo como el Alcorcón y por primera vez en la temporada consiguió plantar en la balanza el peso de un nombre y un escudo. Se vio al hermano mayor que no se deja despistar por los pequeños revoltosos. Desde el minuto uno tenían claro el objetivo y los jugadores de Lluis Carreras se centraron en hacer lo que debían. 
 
La vuelta de Erik Morán a la medular rehizo al equipo, liberó a Dorca que hizo su intensidad más efectiva y dejó que Javi Ros oficiase de segundo punta donde se desenvolvió con mayor descaro de los que nos venía acostumbrando. Manu Lanzarote e Hinestroza fueron los encargados de abrir las bandas para asistir a Dongou que en esta ocasión demostró ser el delantero que tanto añorábamos.
 
Y sin embargo, los malos presagios, el justificado pesimismo blanquillo, el peor de los escenarios posibles, ese que nos alejaba de toda cábala favorable calculada hasta la centésima durante la semana, se materializó en el minuto diez. En el cabezazo preciso de Rafa Páez que se escurrió entre las manos de Manu Herrera. Al final del partido el portero madrileño dejó su saldo de aciertos y fallos a cero, con un despeje providencial que hubiese supuesto el empate a dos goles, pero los porteros están para eso, para evitar goles y no para facilitar que el contrario sume y últimamente estamos más pendientes de lo segundo que de lo primero.
 
Los aficionados se permitieron un segundo de fastidio y de bajar la mirada. Los jugadores no. El partido empezó de cero cuando Dongou y Javi Ros volvieron a mover el balón del punto central. Las líneas volvieron a reubicarse en su guión de 442 y el balón empezó a fluir canalizado por Diego Rico e Hinestroza y encontrando su tope en la organización de Erik Morán, el botón de reset de este equipo. La actitud tuvo recompensa once minutos después, cuando Javi Ros estuvo bien colocado y atento en el segundo palo, para aprovechar un balón rebotado por el despeje de Dmitrovic a tiro de Dorca.
 
La confianza apuntaló el ya de por sí guarnecido juego zaragocista e Hinestroza estuvo a punto de despegar definitivamente el marcador con un tiro cruzado que repelió el larguero. Pocos minutos después y también por la banda izquierda, fue Diego Rico el que vió a su delantero situado de forma óptima entre los centrales. Jean Marie Dongou mullió el balón con el pecho y sin que el esférico volviese a rozar las briznas de césped, enganchó un derechazo al fondo de la red.
 
Se reconducía la fe. Se volvía a ver una salida, un camino, la certeza de saber que la vuelta es algo más que el obligado mantra de cada temporada. Del deseo al gol, al hecho y a la concreción.
 
La segunda mitad vino con un cambio que descolocó de nuevo la retaguardia. Jesús Vallejo sintió molestias musculares y Rico tuvo que retomar su circunstancia de central, con lo que la banda izquierda, la más peligrosa hasta entonces, quedó desarmada ya que Abraham no cuenta con el descaro del burgales a la hora de enfrentar el campo rival. Pese a este desequilibrio, los blanquillos siguieron fieles a su idea de juego. Culio tuvo que sustituir a Hinestroza también lesionado y ahí se recolocó de nuevo, perdiendo la inercia ofensiva pero manteniendo el control de la línea media. 
 
Coincidieron estos minutos con los de empuje de los alfareros que a la contra consiguieron encontrar las debilidades de la dupla Guitián-Rico. Pero cuando el susto parecía que podía llegar, el árbitro por fin encontró las tarjetas en su bolsillo y sancionó a Chema con la segunda amarilla, con lo que los maños tenían por delante casi treinta minutos en superioridad. La superioridad no fue manifiesta en tanto a lo visible pero sí en cuanto al control de los tiempos del partido. Desde ese momento el partido ya había terminado aunque el árbitro no hubiese señalado el final.
 
La sentencia, la resolución y el estallido final lo puso de nuevo el camerunés Dongou. Esta vez fue Isaac Carcelén quien llevó el balón hasta el campo rival por su carril, se apoyó en Diamanká, quien había sustituido a Javi Ros pocos minutos antes, y centró al área por bajo. El propio Diamanká dejó pasar el balón, despistando a la defensa con ese simple gesto y dejando en franquía a Dongou para rematar la faena.
 

Y ahí donde acaban sus goles empiezan nuestras emociones. Donde terminan sus pases empieza nuestra brega. El duro trabajo de mantener las expectativas a la altura justa, ni tan alto que jamás las podamos alcanzar ni tan bajas que nos olvidemos de disfrutar. Saber que está ahí el momento que siempre recordaremos. Es hora de no dejar que la ansiedad nos gane, que nos ahogue el grito. Es hora de templar el pulso y no errar. Hora de que los cimientos tiemblen de la Romareda hasta el Pilar y que nos embriague el olor a incienso. Hora de vencer. 

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